Una decisión adoptada cuando la guerra diplomática con Occidente ya es total: tras la expulsión de los dos diplomáticos británicos de Teherán el lunes, ayer el Reino Unido respondió con dos expulsiones iraníes de Londres; Javier Solana, alto representante de la UE para Política Exterior, condenó la violencia; países escandinavos como Dinarmaca, Finlandia o Suecia llamaron a consultas a los embajadores iraníes (Alemania u Holanda ya lo hicieron el lunes); e Irán acusando de injerencia a la ONU.
Lo que sí concedió ayer a los manifestantes el Líder Supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, fue una ampliación de cinco días del plazo para que los candidatos presidenciales derrotados puedan presentar quejas relativas al fraude electoral ya reconocido por el mismo régimen -tres millones de votos fraudulentos y pucherazo en 50 ciudades-. Sin embargo, nada va a cambiar los resultados oficiales ofrecidos por el ministerio de Interior: el Consejo de los Guardianes iraní rechaza anular las elecciones.
Pero la calle de Teherán va por otro camino. Aunque la contundente respuestas de policías y paramilitares ha reducido el número de personas que toman parte en las protestas, estas parece que no van a terminar, según difunden los medios cercanos a los líderes reformistas.
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